Phantastes: La bañera de las hadas Tarjeta postal

Llegué a otra sala, cuyo techo era de un azul pálido, salpicado de constelaciones de estrellas de plata, y sostenido por pilares de pórfido de un rojo más pálido que lo ordinario. Todo el suelo de esta sala, excepto un estrecho camino detrás de los pilares, pavimentado de negro, estaba ahuecado en una enorme cuenca, de muchos pies de profundidad, y llena de agua purísima, líquida y radiante. El fondo estaba pavimentado con todo tipo de piedras refulgentes, de todas las formas y matices. Llevado por un deseo irresistible, me desvestí y me sumergí en el agua. Me levanté a la superficie, sacudí el agua de mi cabello y nadé como en un arcoíris, en medio de las coruscaciones de las gemas debajo, vistas a través de la agitación causada por mi movimiento. Luego, con los ojos abiertos, me sumergí y nadé bajo la superficie. Y aquí había una nueva maravilla. Porque la cuenca, así contemplada, parecía extenderse por todos lados como un mar, con aquí y allá grupos como de rocas oceánicas, ahuecadas por olas incesantes en cuevas maravillosas y pináculos grotescos. Alrededor de las cuevas crecían algas marinas de todos los colores, y los corales brillaban entre ellas. Pensé que había sido encantado; y que cuando me levantara a la superficie, me encontr